Levantó la vista hacia el horizonte y supo lo que iba a
hacer. Ni su pequeño cuerpo obeso
aquejado de artrosis, ni la cuerda de metro y medio que la había tenido atada durante
tanto tiempo iban a impedir que se escapara.
Desde hacía diez años Marujita había vivido cautiva en un
minúsculo jardín de una casa de dos plantas. Unas tablas formaban su caseta,
donde el sol no llegaba para calentarla en los fríos días de invierno y donde
la humedad se había instalado desde el principio de los tiempos. Todos esos
años durmió sobre el suelo sin nada que le aislara ni de la humedad, ni de la
comida, ni de sus propias heces.
Años atrás, cuando tuvo la tentación de escaparse cuando su
amo se dejó la puerta del jardín abierta, pero tuvo la mala suerte de que él
llegara en el momento en que acababa de soltarse. Recibió tantos golpes que el
dolor la tuvo inmóvil varios días.
Pasó el tiempo y su amo la soltó convencido de que no se
escaparía.
— ¡Ahora o nunca! —se dijo ella al verse sin la cuerda al
cuello en un momento en que la puerta del jardin se quedó abierta. Salió de la
casa, cruzó la carretera, se metió entre los coches aparcados hasta alcanzar un
parque.
— ¡Marujita ven, Marujita ven! — le gritaba su dueño mientras
corría detrás de ella. Pero cuanto más la llamaba y más gritaba, más corría
ella.
— ¡Vuelve, vuelve! —repetía una y otra vez. Tanto la llamó, que
ella estuvo a punto de regresar, pero al verlo en su persecución con la vara en
la mano exigiéndole a gritos que volviera, se acordó de lo que le esperaba si
le daba alcance.
Le faltaba la respiración, las patas le dolían, el corazón
le latía con fuerza. Sin dudarlo aceleró
carrera. Por primera vez en su vida se sintió libre. Nunca más supieron de
ella.
MJ Guallart
27/febrero/2017
Este relato forma parte de la
antología de la Escuela de
Escritores de Zaragoza “El Hilo de
Ariadna”, Noviembre 2011.
Qué fotografía tan tierna.
ResponderEliminarReyes Guallart.
Qué le dirá al oído?
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