Anna entro en la nobleza por derecho propio y de la mano de Horacio de Montbuy, rico comerciante de Marsella. Tenía el paso lento y ceremonioso, vestía con sedas de la India y en el cuello lucía ricas cadenas de plata. Hablaba con ligero acento italiano y voz modulada . Todo esto contribuyó a que la llamaran La Condesa.
Pierre se obsesionó cuando la vio por primera vez, en el tepidarium de un balneario del Sur de Francia.
Estaba desnuda y una toalla de hilo bordada le cubría la mitad del cuerpo, dejando al descubierto sus brazos blancos como la harina que reposaban en la rejilla antigua de un aguamanil y el torso cubierto de espuma. El jabón parecía ligero en Anna, la Condesa. Los pétalos ovalados aplicados sobre su rostro excitaron a Pierre. Y aunque sabía que se trataba de un cuento imaginario, rompió las muñecas de Olivia, que vivían inmóviles en la espesura del armario, desde donde Horacio, aún soltero, fortalecía sus sospechas de aquel romance entre su hermano Pierre y La Condesa.
Tan pronto como pudo, Pierre se deshizo de Olivia y un grito violento parecía querer preguntarle a la naturaleza mezquina, si algún día acabaría aquel examen de opiniones.
Las frases en negrita son obra de las ocho manos de Cora Crisber,
desde Zaragoza (Coque), Gran Canaria (Raquel), Tarragona (Cristina) y A Coruña (Berta)
Coque Guallart©abril 2011