05 septiembre 2018

ENTRE LOS JUNCOS


Tal vez no se volvieran a ver.

— Vienen de las profundidades ―le susurró ella al oído, fundidos en un abrazo marcado por aquellas seis palabras a la orilla del pantano.

Un ruido de agua hizo que el hombre de la máscara se separara de ella. El pantano se agitó, su color negro se tornó en dorado. Las aguas se abrieron. El viento absorbió la máscara del hombre.
En la oscuridad, el silencio siseaba, la noche permanecía intacta. Pero la mujer sujetó le sujetó. Ambos se protegieron junto a una gran roca con la esperanza de que cuando llegara el día todo habría calmado. Los primeros rayos de luz asomaron por el horizonte, el hombre ya no era hombre, ni la mujer era mujer. En su lugar, dos diminutos seres de orejas exiguas temblaban cogidos de la mano. De las profundidades emergió una luz transparente que dejaba a la vista una selva de juncos, erguida, oscilante, que crecía hacia la superficie y que tapizó las aguas. Aquel lugar adquirió tal belleza que durante un breve periodo la gente iba a recrearse de aquel espectáculo de la naturaleza. Un día, alguien quiso ir más allá de la orilla. Otras personas también lo intentaron, pero corrieron la misma suerte.

Pasó el tiempo y en el lugar circuló una historia de que dos seres habían encantado el pantano porque habían sido perseguidos por el color verde de su piel y las verrugas que cubrían su rostro. Nadie, nunca, se atrevió a entrar en aquella selva acuática porque aquel que lo intentaba era sumergido por unas manos largas y verdes.  

M. J. Guallart

5-9-18
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