27 febrero 2017

MARUJITA


"Cuéntame un cuento..."
    Levantó la vista hacia el horizonte y supo lo que iba a hacer.  Ni su pequeño cuerpo obeso aquejado de artrosis, ni la cuerda de metro y medio que la había tenido atada durante tanto tiempo iban a impedir que se escapara.
     Desde hacía diez años Marujita había vivido cautiva en un minúsculo jardín de una casa de dos plantas. Unas tablas formaban su caseta, donde el sol no llegaba para calentarla en los fríos días de invierno y donde la humedad se había instalado desde el principio de los tiempos. Todos esos años durmió sobre el suelo sin nada que le aislara ni de la humedad, ni de la comida, ni de sus propias heces.
     Años atrás, cuando tuvo la tentación de escaparse cuando su amo se dejó la puerta del jardín abierta, pero tuvo la mala suerte de que él llegara en el momento en que acababa de soltarse. Recibió tantos golpes que el dolor la tuvo inmóvil varios días.
Pasó el tiempo y su amo la soltó convencido de que no se escaparía.
     — ¡Ahora o nunca! —se dijo ella al verse sin la cuerda al cuello en un momento en que la puerta del jardin se quedó abierta. Salió de la casa, cruzó la carretera, se metió entre los coches aparcados hasta alcanzar un parque.
     — ¡Marujita ven, Marujita ven! — le gritaba su dueño mientras corría detrás de ella. Pero cuanto más la llamaba y más gritaba, más corría ella.
    — ¡Vuelve, vuelve! —repetía una y otra vez. Tanto la llamó, que ella estuvo a punto de regresar, pero al verlo en su persecución con la vara en la mano exigiéndole a gritos que volviera, se acordó de lo que le esperaba si le daba alcance.
    Le faltaba la respiración, las patas le dolían, el corazón le latía con fuerza.  Sin dudarlo aceleró carrera. Por primera vez en su vida se sintió libre. Nunca más supieron de ella.
MJ Guallart
27/febrero/2017

Este relato forma parte de la antología de la Escuela de
Escritores de Zaragoza “El Hilo de Ariadna”, Noviembre 2011.

14 febrero 2017

EL TRAJE DE NOVIA





Entre mausoleos de piedra enmohecida, desfilaba el cortejo fúnebre para dar sepultura a Mariza da Soussa. Tras el féretro, Julián Merino, su viudo. El surco del entrecejo delataba la tensión a la que estaba sometido. En el horizonte, un ángel custodio de bronce, en actitud de plegaria, coronaba el panteón familiar de los Merino. Desde el peristilo llegaban las voces de un coro que interpretaba el Aleluya de Haendel.
Avanzaban con parsimonia y la música enmascaraba algún que otro llanto, pero Julián solo pensaba en la forma de recuperar sus brillantes. 
¿Quién había decidido amortajar a Mariza con el traje de novia? 
Los de la funeraria habían pedido ese traje, ése y no otro, como mortaja.  Tenía que evitar que su mujer se llevara a la  tumba más de un millón de euros. Metió la mano en el bolsillo del gabán para asegurarse que la llave del ataúd seguía allí. La apretó con fuerza.
— ¿Por qué el vestido de novia?  —se preguntaba Julián mientras por su mente afloraban recuerdos como el del día que cosió una bolsita de fieltro granate bajo la cola del traje de novia, en su unión con la el corpiño, o como el día que conoció Mariza. Fue en uno de los viajes a Portugal para comprar esmeraldas de Brasil. Se casaron tres meses después. De profesión pedrero, sabía moverse en el mundo de las piedras preciosas, las cuales vendía a las joyerías de forma legal, pero en sitios concretos le pagaban a buen precio las de contrabando.
Mientras, la comitiva seguía su recorrido hacia el panteón, las nubes cubrieron el cielo. El color oscuro que tomaron los cipreses hizo que Julián saliera de sus recuerdos. Se sintió amenazado por la luz metálica que cubría el ambiente. Ya no tenía elección. Quedaba poco para llegar. Recordó que no le habían dejado ni un solo momento a solas con ella
— ¿Por qué nadie le consultó?
Nunca le oyó decir a su mujer que el día que muriera fuera enterrara con aquel vestido. La desgraciada tampoco tuvo tiempo. Un ictus fulminante se la había llevado dos noches antes.
Julián daba pasos de autómata.
Recordó el tiempo que había estado con el representante de los seguros El Renacer para preparar el entierro. Fue entonces cuando los empleados de la funeraria llegaron. Hicieron su trabajo y le entregaron la llave del ataúd ya cerrado. Enseguida la casa se llenó de familiares y amigos.
 En el cementerio, la música se había perdido en la lejanía cuando el cortejo llegó al panteón. La puerta de hierro estaba abierta; se podía ver la escalera que bajaba a la cripta donde ya estaba abierta la urna donde sería depositado el féretro.
Dejaron el ataúd sobre un pedestal delante de la puerta para que Julián recibiera el  duelo de los asistentes. Uno a uno les dio las gracias. Les pidió que no se quedaran. Necesitaba despedirse de ella por última vez. Sabía lo que tenía que hacer: en el momento que estuviera abajo abriría la caja, movería a Mariza hacia un lado y levantaría el vestido para coger la bolsa que contenía los brillantes. No le importaba volver a ver aquella sonrisa que le había dejado la muerte.
Cuando todos se fueron, ordenó a los enterradores que barajaran el féretro. Una vez depositada la caja en la urna, pidió que le dejaran solo unos momentos antes de deslizar la losa.
—Deseo estar a solas por última vez con su mujer.
Los enterradores miraron el reloj con impaciencia pero accedieron a salir el tiempo que dura fumar un cigarrillo.
Entonces, Julián sacó la llave del bolsillo y abrió la caja. Con las dos manos empujó la tapa hacia arriba. No podía creer lo que estaba viendo. Dio un paso atrás y la tapa cayó de golpe. 
¡El ataúd estaba vacío! 
Quería salir de allí. Los pies no le obedecían, le faltaba la respiración.  Todo le daba vueltas. Se apoyó en la pared para subir el primer escalón, pero un fuerte dolor en el costado izquierdo le dobló el cuerpo. Intentó levantar la cabeza, gritar, pedir auxilio. En el instante que abrió la boca se desplomó.
Minutos después los enterradores lo encontraron en el suelo, echado sobre el costado izquierdo. La cabeza apoyada sobre el primer escalón; los ojos y la boca abiertos.  El cuerpo encogido y el brazo derecho extendido con el dedo índice señalando el ataúd. Avisaron a emergencias. No vieron la llave puesta en la cerradura del arca. Desplazaron la losa hasta quedar encajada. La urna quedó sellada.

MJ Guallart
Este relato forma parte de la antología de la Escuela de Escritores de Zaragoza “El Hilo de Ariadna”,. Noviembre 2011.

04 febrero 2017

MOMENTOS DE NANOWRIMO


TARDES DE DOMINGO EN CAFE NOLASCO









COMPAÑIA EN ALGUN LUGAR AISLADO DE MI CASA



REGALOS EN LA CENA FINAL DE NANOWRIMO


 

CERTIFICADOS
CERTIFICADO AÑO 2015


CERTIFICADO AÑO 2016




02 febrero 2017

AGRADECIMIENTOS



Queridos lectores que visitáis este blog. En primer lugar, quiero daros las gracias por  haber pasado por aquí y haber leído mis relatos y poemas. Este blog lo creé 2010. Fui dejando entradas hasta 2013.
Desde 2013 hasta finales de 2015 estuvo parado.
Tenía 6000 visitas cuando lo puse en marcha otra vez a finales noviembre de 2015. Desde entonces hasta hoy las visitas son 29.586 visitas.
¡¡¡Solo en el mes de enero de 2017 este blog ha tenido 1800 visitas!!!
Esto se debe a todos los que os habeis pasado. Solo puedo decir: gracias, gracias y gracias.

Hoy quiero contar que en el mes de noviembre participé, por segundo año consecutivo, en NaNoWrimo. Por si alguien no sabe de que se trata es un concurso a nivel internacional con el reto de escribir una novela de 50000 palabras en los treinta días que tiene el mes de noviembre. Y por segundo año consecutivo el conseguido el objetivo con la novela “Tren 622”.




Es una experiencia que recomiendo porque se aprende mucho aunque el ritmo sea trepidante. Alcancé  50.228 el 30 de noviembre 


Ese mismo día fue mi último día de vida laboral. Me jubilé. Diciembre estuvo lleno de celebraciones, sorpresas, despedidas y de cenas y comidas de Navidad. Poco a poco, mi nueva vida se ha organizado. Ala escritura se han unido nuevas actividades. Tras esta entrada vendrán otras más de forma periódica.
Muchas gracias por venir. Espero seguir en contacto y que os guste lo que leias. Y si puede ser, me encantaria que dejaráis de vez en cuando algún comentario.
Gracias y hasta pronto.
María José Guallart.
2 de febrero de 2017.